Racismo en Charlottesville robert E. Lee

EL CÓDIGO CULTURAL DE LOS ESTADOS UNIDOS: WHITE POWER EN CHARLOTTESVILLE

“Lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos”.  Martin Luther King.

El sábado 12 de agosto de 2017, se convocó a una inocente manifestación para impedir que una estatua de un famoso general Confederado de los Estados Unidos, Robert E. Lee, fuera retirada de un parque en la ciudad de Charlottesville, Virginia. Al inicio, la manifestación resultó pacífica, sin embargo, las agresiones verbales pronto se convirtieron en agresiones físicas.

El enfrentamiento entre grupos antifascistas y manifestantes de la extrema derecha desafortunadamente terminaría con un saldo de tres muertos, veinte heridos y una pregunta trascendental que se ha hecho Estados Unidos desde 1776: ¿cómo no perderse en la difusa línea que divide la libertad de la tiranía?

El racismo es tan viejo como el mismísimo Tío Sam

En el siglo XVIII, las 13 colonias vivían sobre la tiranía de un rey británico quien les imponía altas tasas impositivas con la finalidad de afianzar el control en la región y fomentar un monopolio comercial, lo cual estimuló la idea de independencia entre los colonos libres.

Lo anterior fue ampliamente apoyado por la Corona francesa, nación profundamente resentida por la pérdida de territorios durante la Guerra de los Siete Años contra Gran Bretaña, brindando capacitación y un pequeño ejército para defender aquellos ideales nacidos de los pensadores franceses y plasmados en la Enciclopedia durante la Ilustración.

El 4 de julio de 1776, los colonos decidieron que ya había sido suficiente, por lo que un grupo de intelectuales, terratenientes y miembros del ejército, firmaron la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. Durante cerca de nueve años, los colonos pelearon arduamente junto con los franceses en contra de la tiranía británica, logrando que en 1783 se reconociera su independencia, y por ende, la creación de un nuevo Estado-nación ante la comunidad internacional.

¿Por qué es importante este antecedente? Porque curiosamente en el preámbulo de la Declaración de Independencia se enlistan como derechos inalienables del hombre: la libertad, la vida y la búsqueda de la felicidad, elementos por los que se fundan los Estados Unidos y por los que se justifica su política interna y exterior (aún en pleno siglo XXI).

La Guerra Civil: el origen de los confederados

Tras la independencia de los Estados Unidos, la esclavitud se volvió un elemento común en el sur del incipiente país. Las grandes plantaciones necesitaban de una gran cantidad de mano de obra para poder cultivar el tabaco y algodón, insumos que requería la industria del norte del país para ser exportado a Europa y Latinoamérica.

El norte puritano junto con su moralidad y el crecimiento industrial que experimentó el país, provocarían que se repensara la libertad del hombre como papel central de la política interna y el sentido de democracia ante la población menos afortunada. Este problema de la libertad se volvió cada vez más importante con la llegada del presidente Abraham Lincoln, quien terminaría por abolir la esclavitud, lo que provocaría una Guerra Civil que duraría cuatro años (1861 – 1865). El norte industrial era denominado como la Unión, con un ejército bien preparado y muy bien financiado por el empresariado estadounidense; el sur era denominado como la Confederación, apoyado por una élite terrateniente y por el sector conservador de los Estados Unidos.

A pesar de que la Unión venció a la Confederación (o confederados), el racismo continuó hasta la mitad del siglo XX, en donde grandes activistas de los derechos humanos como Martin Luther King y el presidente J. F. Kennedy, estimularon movimientos sociales con la finalidad de alcanzar nuevamente los derechos inalienables promovidos por aquella olvidada Declaración de Independencia.

La tiranía de Donald Trump

El suceso en Charlottesville contó con la participación de individuos de ultra derecha quienes portaban banderas Confederadas (las cuales supuestamente ya habían sido prohibidas en supermercados por incitar al racismo e intolerancia en los Estados Unidos), lo anterior representa una seria problemática social que pone en peligro la estabilidad política y económica de los Estados Unidos, la cual aparentemente se ha visto cada vez más amenazada por los comentarios del actual presidente Donald Trump.

Durante la campaña presidencial, el mensaje intolerante y racista de Trump dejó entrever la doble moral estadounidense hacia la minoría latina. Su campaña fue ampliamente apoyada por los WASP (White Anglo Saxon Protestant: término que representa a los blancos descendientes de británicos y ultra conservadores que han ostentado el poder económico político y económico de Estados Unidos), proyectando ante los medios masivos de comunicación el racismo que aún coexiste entre la media poblacional letrada y conservadora, renuente a aceptar a aquellos inmigrantes que forman parte de la base económica de una de las naciones industrializadas más poderosas del planeta.

Por añadidura, los movimientos racistas acaecidos entre las elecciones y la Administración Trump, tienen su raíz en la aceptación pública de la intolerancia de parte del gobierno federal. La política interna y exterior contra los latinos y musulmanes pronto se turnó también hacia negros y asiáticos, lo cual dio paso a que grupos como el Ku Kux Klan y los Neonazis fueran nuevamente aceptados por la media poblacional. En este sentido, la aceptación social de los líderes de opinión fungen como elementos determinantes en las acciones colectivas en un país, sobre todo cuando los grupos denominados como “radicales” han pasado mucho tiempo relegados y descuidados por los políticos y los sectores más afortunados de una sociedad.

Este fenómeno es históricamente frecuente, tal fue el caso de la Alemania nazi, pues entre 1936 y 1944, la mayoría de los alemanes consideraban como verdad la opinión de Adolf Hitler, aceptando moralmente el constante desprestigio hacia la comunidad judía y el apoyo incondicional de acciones agresivas hacia minorías que antiguamente (durante la República de Weimar) conformaban las élites intelectuales de la sociedad alemana.

Lo anterior nos lleva a repensar el fenómeno entre dos vertientes, por un lado se percibe una problemática social pues los ataques racistas implican la aprehensión de una ideología permitida por un líder de opinión y apoyado por los poderes que justifican y dan legalidad al sistema; por otra parte podemos entrever un patrón cultural que, a pesar de los esfuerzos de la sociedad civil, ha formado parte de las raíces fundacionales de un Estado cuyo compromiso con la élite terrateniente blanca está en deuda, pues financió y apoyó la política interna y exterior antes y después de la creación del Estado estadounidense.

El código cultural estadounidense

Clotaire Rapaille, antropólogo nacionalizado estadounidense pero de origen francés, define al código cultural como un conjunto de comportamientos característicos de un pueblo, el cual se compone de valores, tradiciones, costumbres y una historia común, de esta forma, el código cultural funge como un elemento trascendental para comprender la política interior y exterior de un país pues este condiciona a los individuos en su manera de actuar ante diversos escenarios dentro y fuera de su comunidad.

El código cultural de los Estados Unidos tiene origen en su propia Historia. Estados Unidos representa la búsqueda eterna por la libertad y la lucha en contra de la tiranía; sus valores fundacionales le permitieron basar su política exterior en favor a Dios, promoviendo ante un Destino Manifiesto la misión de la Divina Providencia de salvaguardar a las naciones Latinoamericanas, a través de la intervención, de la tiranía imperialista europea. Su sistema judicial se basa en una moralidad puritana y el sentido estricto de la verdad, ambos como elementos coercitivos de una sociedad liberal pero tradicional. El sistema económico tiene una raíz protestante, caracterizada por la honra a Dios con el trabajo, es decir, la riqueza no es vista como un problema ni una culpa, es vista como una alabanza a Dios y un compromiso entre el individuo y su sociedad.

La ética protestante y el ocaso de la libertad

Los sucesos de Charlottesville representan la eterna batalla de la Unión y la Confederación, de lo políticamente correcto y lo moralmente aceptado, un enfrentamiento en donde la sociedad debe plantearse nuevamente la lucha de la tiranía y la deposición de un gobierno que viola las bases fundacionales del Estado.

La ineficiencia de la policía en la preservación del orden en Charlottesville evidencia y refuerza el papel de la administración Trump frente a la aplicación objetiva de la fuerza ante las amenazas que presenta el orden civil, un carente sentido de responsabilidad y la falta de compromiso ante la institucionalidad que representa la figura presidencial.

Donald Trump representa un periodo oscuro en la Historia de los Estados Unidos, un presidente que ha desafiado el equilibrio de poderes (check and balances) impuesto por los Padres Fundadores, la preferencia pública de una raza frente a otra y una política exterior que ha minado la influencia ante aliados que antes se consideraban incondicionales. La libertad se encuentra secuestrada por un empresario que está acostumbrado a imponer y no escuchar, donde periodistas son sacados de la Sala de Prensa, persuadidos, sancionados o simplemente censurados.

El código cultural y el papel del Presidente de los Estados Unidos de América, son parte sustantiva del problema pero no determinante del mismo, de esta forma, la sociedad estadounidense debe rescatar el principio inalienable de la libertad sin caer en libertinaje, de la vida sin caer en la injusticia y de la búsqueda de la felicidad sin perder la orientación moral.

 

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