Mi Camino a Santiago de Compostela (Parte II de III)

Aterricé en el aeropuerto de Madrid-Barajas y debido al inconveniente con mi compañía telefónica llegué sin llamadas salientes; un amigo ya estaba esperándome en Madrid, juntos habíamos quedado de recorrer el Camino. El problema era que no sabía cómo le haría para encontrarlo sin celular, además la red wifi del aeropuerto fallaba y había llegado demorado por muchas horas.

Pensé en sacar algo de efectivo y comprar un celular de prepago, así que fui a un cajero dentro del aeropuerto y en eso sentí una palmada en la espalda, era Obed, ¡me había encontrado en medio de uno de los aeropuertos con mayor tránsito en Europa!, sin tener que mensajearnos o llamarnos, eso sí es tener suerte. Él había llegado días antes, era su primera vez en el viejo continente, a pesar de ello se movió con bastante facilidad. Obed es un joven de mucha fe, la cual admiro, siempre me recuerda a la parábola de Mateo con el granito de mostaza, siento que eso le ayuda en ocasiones. Ahí estábamos los dos, eran las cuatro de la madrugada, evidentemente cansados por los ajetreos de días anteriores.

Decidimos desayunar en el McDonald’s del aeropuerto, que era el único establecimiento de comida abierto a esa hora, y luego caminamos ahí mismo a la oficina del Renfe –compañía de trenes en España-, estaba cerrada así que decidimos esperar a las seis de la mañana, una vez abierta compramos el boleto a Sarria y tomamos metro al centro de Madrid.

Me encantó la capital de España, tiene un halo que te atrapa, no era mi primera vez en Europa, pero si en la Madre Patria, hay algo que me enganchó, sus aires me parecían muy peculiares, incluso familiares podría decir, me recordó a la Ciudad de México, la Plaza Mayor con el Zócalo, la Puerta de Alcalá con el Monumento a la Revolución, la Cibeles con el Ángel de la Independencia, algunas calles empedradas con edificios antiquísimos a los lados como si fuera caminando por la Calle Madero. También fuimos al Museo Nacional, al Templo de Debod, al Palacio Real, al Ayuntamiento, entre otros.

Madrid. Fotografía por Agustín Hernández.

 

Antes de llegar a la Plaza Mayor paramos en Starbucks, necesitaba urgentemente un café, pedí un mocha venti como es costumbre. En la mayoría de restaurantes en Europa sirven el café americano en tazas pequeñas que te acabas en dos sorbos, en cada restaurante tenía que precisar que me lo sirvieran en tasa grande; Starbucks fue mi salvación, -bueno, al menos en Madrid-. Salimos del establecimiento y seguimos caminando con el café en mano.

Teníamos la intención de confesarnos, quería realizar el Camino en estado de gracia, nos encaminamos a la Catedral de Madrid, llamada Santa María la Real de la Almudena pero no había confesiones, así que decidimos seguir caminando y fue cuando nos encontramos una pequeña iglesia, decidimos entrar y preguntarle al portero si había confesiones, resultó ser que no solo era el portero sino el sacerdote y uno bastante conocido en Madrid.

Su confesión me pareció reveladora y excepcional, al finalizar me preguntó qué quería hacer en la vida, yo respondí miles de cosas por hacer: mi maestría, viajar, progresar, escribir un libro y un sinfín de cosas, a lo que el padre me seguía preguntando muy interesado ¿y qué más? y yo seguía contestando mis planes y proyectos y él me seguía preguntando ¿y qué más?, yo seguía respondiendo, cuando observó que prácticamente me había quedado sin ideas, me dijo: bueno hijo, veo que quieres hacer muchas cosas, pero ahora viene la pregunta importante, ¿quién quieres ser? Fue como si me cayera un balde de agua fría, me quedé mudo, otra epifanía, todo el tiempo había estado queriendo responder la pregunta equivocada, el objetivo final no es el hacer o tener, sino SER.

Me dijo el sacerdote que no le respondiera, -que alivio, porque aunque hubiera querido, no tenía ni idea- me comentó que era una pregunta que me tenía que responder a mi mismo y que aprovechara el Camino para reflexionar, me puso de penitencia rezar un misterio del rosario, nos acompañó a una pequeña capilla para hacer oración, terminando nos despedimos del padre y continuamos nuestro trayecto.

Pasado el tiempo llegamos a la estación de trenes Chamartín para esperar el tren a Sarria, en él conocimos a Juan Ramón, gallego jubilado del banco BBVA, que terminó convirtiéndose en un buen amigo y acompañante en tramos durante el Camino, él había estado realizando el Camino con descansos prolongados, se regresaba a su tierra, descansaba y luego reiniciaba donde se había quedado, éste es un método valido para recibir la Compostela, ésta era su última etapa.

También conocimos a un matrimonio muy amable de gallegos, quienes nos dieron recomendaciones valiosas para el recorrido. El tren tuvo un desperfecto mecánico y duramos varados, mandaron otro tren, transbordamos, avanzamos algunos kilómetros y éste se quedó sin combustible, tuvimos que bajar nuevamente y subir a un autobús enviado por Renfe para que nos llevaría al destino final, el recorrido que usualmente lleva seis horas tardó mucho más, pero lo disfrutamos bastante con una gran plática y camaradería que construimos rápidamente los que íbamos en el vagón, además de una buena charla en el bar del tren mientras comía un baguette delicioso preparado por la cocinera. Cuando llegamos al destino nos avisaron que Renfe regresaría el costo del boleto debido a los inconvenientes presentados -menos mal-. Habíamos llegado a Sarria ya entrada la noche.

Amigos en Santiago. Fotografía por Agustín Hernández.

 

Existen dos tipos de lugares para dormir en los pueblos que se encuentran en el Camino: La pensión, con cuartos privados y baños por habitación, por lo general son casas grandes acondicionadas como hoteles o construcciones ex profeso para ello que rondan los precios entre 40 y 50 euros por habitación por noche. La otra opción son los albergues que su precio ronda entre los 5 y 15 euros por persona por noche, con galerones que tienen literas para albergar a todos los caminantes que así lo deseen, cuentan con lavadora, secadora, cocineta y baños comunes.

Cuando llegamos a Sarria no teníamos reservación, había descargado una app que te da información de todo el Camino y te indica los albergues y posadas en cada pueblo, sin embargo muchos estaban cerrados por ser temporada invernal, el cansancio ya hacia mella. Amablemente Juan Ramón se ofreció a que nos quedáramos en el mismo lugar donde el pernoctaría, nos comunicó con la dueña y accedió a dejarnos la habitación a buen precio, ella misma nos recogió en donde nos dejó el autobús y nos llevó a su pensión.

Salimos un rato en la noche para ir a cenar algo, fuimos a la pizzería Salento donde nos atendió el dueño, Mazzimo, un italiano radicado en Sarria, ahí probé la verdadera pizza italiana, deliciosa, acompañada de vino tinto y para finalizar Mazzimo nos obsequió unos shots. Terminamos de cenar y nos fuimos a la pensión, batallé para conciliar el sueño, al día siguiente iniciábamos por fin la etapa a pie rumbo a Santiago de Compostela, el Camino que había empezado como una idea hacía 7 años. Teníamos 114 kilómetros por delante.

Pizzería Salento. Fotografía por Agustín Hernández.

 

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